EL PROFESOR KARATECA
Los ‘angelitos’ siempre han estado presentes en la selección. La disciplina es un tema con el que todos los técnicos han tenido que luchar. O era mano dura o eran los resultados. En 1994, la Sub-23 se preparaba para los Panamericanos en Colombia y en uno de sus amistosos le ganó 1-0 a la Argentina, en el Estadio Nacional, de los mellizos Barros Schelotto. Los muchachos sentían que ya estaban para la competencia oficial y quisieron festejar. En el camarín hacían planes: el lugar, las chicas, el trago. El entrenador Miguel Company tomó la palabra: “Los felicito por el partido, entiendo que se quieran ir de fiesta, pero es mejor quedar concentrados. Nos vamos al hotel”.
Varios murmuraron, nadie dijo nada. Sabían del carácter del entrenador. ‘Kukín’ Flores, ‘Ñol’ Solano, ‘Machi’ Pinillos, Orlando Prado y Jorge Soto, entre otros, estaban inquietos. Miguel Company sabía lo movido que era el grupo y decidió no darles ni un ‘cachito’. Habló con el administrador del hotel, pidió que los frigobares estén vacíos, dio la orden de que ninguna chica entre a las habitaciones y coordinó detalles con el personal. “Cualquier cosa extraña me avisan, yo sé cómo resolver esto”, advirtió.
Luego de la cena, algunos jugadores se reunieron en los cuartos de Flavio Maestri y de Prado. Hasta que a uno le entró el ‘gusano’: “Hay que pedir seis cervezas”. Otro respondió: “El profe nos va a matar”. “Nada que ver, es puro floro, la quiere pegar de malo”, contestó el primero. Llamaron al bar del hotel. Hicieron su pedido. A los minutos, se escuchó un estruendoso ruido de botellas rotas en el pasadizo. Todos salieron y vieron a Miguel Company pegándole a un mozo que llevaba el pedido.
Un golpe a lo Bruce Lee, un jab a lo Floyd Mayweather y una llave a lo Van Damme. Todos se encerraron en sus habitaciones. Al día siguiente, en el desayuno, el entrenador no dijo nada. Sabía que los jugadores habían visto todo. Solo uno se atrevió a preguntarle: “Profe’, ¿escuchó la bulla anoche?”. Miguel Company respondió: “Sí. Dicen que un experto en artes marciales se metió con los mozos y cobraron. No me gustaría encontrarme con él”. Desde aquella vez recibió el apelativo de ‘El profesor karateca’.
EL PLAN DE ‘ROBERT’
1995. Alberto Fujimori es reelegido presidente de la República. Susy Díaz rayó con el ‘13’ pintado en sus nalgas y fue elegida congresista. ‘El santo cachón’ era el tema que se escuchaba en fiestas y polladas. Shakira recién se hacía conocida y Roberto Martínez protagonizó la ‘boda del año’ con Gisela Valcárcel. El capitán de la ‘U’ era idolatrado por los hinchas, envidiado por los varones y asediado por las chicas. En el club, su palabra era ley.
Para alegrar las concentraciones, Roberto Martínez decidió comprar un equipo de sonido con lo recaudado por las multas de tardanzas y sanciones. Entre todos se repartieron la responsabilidad de llevar la ‘bulla’ a donde fuera el equipo. Una noche, el plantel estaba encerrado en el ‘Lolo Fernández’ y la mayoría se distraía jugando billar, escuchando las canciones de moda. Jean Ferrari, Germán Muñoz, ‘Cheta’ Domínguez y el jefe de equipo se sorprendieron cuando vieron entrar a Martínez acompañado de su escudero ‘Fallita’, un excompañero en el San Agustín. “Quién juega conmigo”, desafió el capitán. Tenía fama de ser un ‘tiburón’ y nadie se quiso arriesgar. Solo ‘Pulgoso’ Muñoz aceptó el reto. Los otros fueron saliendo de la sala con el pretexto de hablar por teléfono. En el lugar solo quedaron los rivales, ‘Fallita’ y el jefe de equipo.
Roberto Martínez se dirigió al empleado de la ‘U’: “Trae unos panetones para regalarles a los muchachos, pero no vengas hasta que les des a todos”. En menos de media hora, Martínez se deshizo de su rival, se despidió y se retiró con su amigo. Poco a poco fueron regresando los demás jugadores. De pronto, se percataron que no había música. “¡Y el equipo!... ¡Solo hay un parlante!”, gritó uno. “Germán, que pasó, tú has estado aquí”, reclamó otro. Nadie supo explicar lo que había pasado. “Somos unos hue... nos han robado en nuestra pepa”, dijo Ferrari.
Al día siguiente, se acordó hacer una nueva ‘chanchita’ para reemplazar el sonido. “Yo no pongo un sol... No tengo la culpa de que sean tan giles”, respondió Roberto Martínez. Nadie lo contradijo. Al final de ese año, marcó el gol en un clásico que le dio el subcampeonato a los cremas. Pasaron los años y un jugador que estuvo esa noche se encontró con ‘Fallita’: “Dime la verdad, qué pasó ese día”. El amigo del capitán se sinceró: “Todo se le ocurrió a Robert, él lo planificó, mandó a la gente afuera y me dijo: cuando esté entretenido con ‘Pulgoso’ entras, levantas el equipo y lo metes al BMW”. Roberto Martínez no solo era pícaro con las chicas, también vivo con los compañeros. Nunca fue un palomilla de ventana.