Mi gente de ‘La fe de Cuto’ seguiré eternamente agradecido con ustedes por estar siempre viendo y siguiendo cada programa. En la última edición hemos presentado una entrevista a don Héctor Chumpitaz, el Capitán de América, una leyenda viviente de nuestro fútbol. Una historia que vale la pena ver. Ahora se viene la entrevista a Paolo de La Haza, para no perderlo con sus historias y anécdotas en el Perú y en el mundo.
Ahora que acaba de pasar el Día de La Madre y se viene el Día del Padre converso con el Huachano, José Lara, mi manager y productor, sobre lo que me tocó vivir. No es fácil, pero con el pasar del tiempo, con el correr de la vida, uno entiende muchas cosas. Y llegamos a la conclusión de que uno no puede juzgar a los padres. A manera de hacer una catarsis les narraré sobre la historia con mi papá, Domingo Guadalupe Montalván. Para la familia y amigos: Mingo.
Mi papá trabajaba de chofer manejando un tráiler de la marca Kenworth, pero en nuestra habla le decíamos Quembol. Por eso, ese apelativo se le pone a mi hermano mayor Domingo ‘Quembol’ Guadalupe quien años después le pone a su hijo mayor Quembol Guadalupe que ahora juega en Sporting Cristal.
Cada que mi papá llegaba a Corongo anunciaba su presencia tocando fuertemente el claxon que retumbaba en toda la vecindad. Ni bien sonaba ese ruino estruendoso me iba corriendo seguido por mi mancha de amigos para trepar sobre la carrocería del camión y jugar por varias horas.
Luego de trepar y llegar a la plataforma nos poníamos a jugar con los palos y la tela que servía para cubrir los productos o carga que trasportaba. Eso nos servía para jugar por largas horas con mis amigos en la que imaginábamos un sin números de momentos sobre esa plataforma.
A mi padre lo vi por última vez, aproximadamente, cuando yo tenía unos cinco años. Pero los recuerdos siguen vivos, como aquel camión grande que me regaló y que lo utilicé por varios años en la que recorría por las calles polvorientas de Corongo. Ese camión de madera también me servía de carga cuando iba a la maderera para recoger aserrín que mi mamá Prince utilizaba para poner sobre el suelo de arena de la casa.
Mi papá lucía siempre elegante, camisa guayabera, pañuelo, sombrerito y dependiendo de la estación vestía una chompa de la ocasión. Para mí verlo por casa era una fiesta, aunque recuerdo claramente que renegaba mucho porque yo me ponía a dormir en la cama de mi mamá. Decía que ya era grande y debía dormir en la cama con mis hermanos, a pesar de que mi mamá Prince se desvivía por defenderme.
Hasta que un día, de un momento a otro, mi papá dejó de ir a casa. Veía que todos conversaban, pero yo no era tomado en cuenta. En todo caso cada que me acercaba me mandaban a otro lugar o dejaban de hablar del tema. Pero era evidente que algo pasaba en la familia y se trataba de mi papá. Uno era niño, pero me hacía muchas preguntas.
Yo solo soñaba en volver a ver a mi papá. Y por ese deseo y añoranza por mi padre, me iba a esperarlo a la Av. Argentina y el óvalo del Obelisco con el deseo de verlo llegar en su camión Kenworth. Esa espera lo hice muchas veces, pero nunca lo volví a ver. Esa escena me recuerda la película Siempre a tu lado, cuando el perro Hachiko esperaba por varios años a su amo que había fallecido. (Continuará)
Nos leemos el próximo lunes.