Es una institución del periodismo televisivo peruano. Sus 40 años de trayectoria lo hacen el camarógrafo más querido y respetado del gremio. Sus ojos -o mejor dicho, su cámara- han visto todas las escenas que un humano pueda imaginar. El legendario José Llaja, maestro de grandes celebridades del periodismo peruano, escribe en trome.pe sus memorias, las que probablemente sean las semillas de su próximo libro. Empecemos:
Mi nombre es José Llaja. Soy un viejo periodista peruano. Durante 40 años mis imágenes han vestido los reportajes e informes de los noticieros más sintonizados de Panamericana Televisión.
Con mi cámara al hombro he recorrido cada rincón del país y gran parte del mundo. Pasé del blanco y negro al color. Me mudé del formato análogo al digital.
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Registré en imágenes los hechos más impactantes en la historia reciente de la humanidad. Sobreviví a ataques terroristas. Vi subir y caer a personajes poderosos, asistí a zonas devastadas por catástrofes naturales. También caminé por zonas de conflictos, en donde las granadas me explotaban a menos de dos metros y las balas zumbaban mis oídos.
Conocí a sujetos tan miserables y ruines como bondadosos. Sé del olor de la sangre fresca y en mi memoria siguen esas miradas vacías de quienes acaban de morir. He bebido whisky en Inglaterra y chicha de jora en los andes peruanos. Viejos políticos me reconocen en las calles y me saludan. No fui ni soy amigo de ninguno.
Mis compinches de comisiones hoy son grandes presentadores de televisión: Mónica Delta, Alvina Ruiz, Gunter Rave, Fernando Díaz, Alejandro Guerrero y muchos más.
Aunque ya no tenga las mismas fuerzas de hace 40 años, mi pasión por cubrir la noticia sigue ardiendo como fuego en mi pecho.
Estas son mis memorias o lo que mi cámara y mis ojos han registrado durante cuatro décadas de periodistas.
1400 dólares y una yarda de whisky con Alberto Fujimori
Sucedió en 1997. Regresábamos de Inglaterra. Junto a una comitiva de prensa, habíamos acompañado al entonces presidente Alberto Fujimori a un foro mundial de economía.
Fueron largos días de cobertura, sazonados con protocolos extremos que exigía la guardia real británica.
Ya en el avión presidencial de regreso a Lima, me senté al lado de un jovencísimo y bien chacotero Kenji.
Hoy recuerdo a aquel muchacho como una persona extrovertida y con mucho sentido del humor. Siempre andaba pendiente de su padre, aunque a veces era algo rebelde y, más bien, parecía un descarriado por sus ocurrencias.
Pues bien. Decía que íbamos en el avión presidencial cuando tuve una idea y se lo comenté a mi compañero de asiento.
―Oye, Kenji, mira cuántas monedas me han sobrado, ¿por qué no agarramos y hacemos una junta? Todos deben tener dólares y libras esterlinas que les ha sobrado. Hacemos un sorteo y el que sale, se lleva el pozo.
―¡Qué buena idea, Llaja!, me respondió Kenji.
Entonces propusimos la idea a los tripulantes. Todos estuvieron de acuerdo. El monto era de 80 dólares por cabeza o el cambio a libras esterlinas.
Cuando estábamos haciendo la ‘chancha’, de pronto, Alberto Fujimori salió de su habitación. Miró directamente a su hijo. Parecía furioso o, bueno, era difícil descifrar su mirada porque tenía los ojos muy pequeños.
En voz alta dijo:
―¿Me dicen que están organizando un sorteo?
De inmediato se acercó a su hijo, estiró la mano y le arranchó el sobre manila. Nadie decía nada, incluso su propia seguridad parecía asustada. Cuando creíamos que el ‘Chino’ iba a resondrarnos, empezó a pedir a todos los tripulantes que saquen su dinero.
¡Él empezó a juntar el pozo! Ni el piloto ni las aeromozas se salvaron. Todo el mundo metió plata al sobre manila.
―¡El primer ticket no vale!, ¡El segundo tampoco! ¡El tercero es el ganador!
¿Y quién creen que ganó el pozo? Sí, este servidor. Gané como 1400 dólares. Pero ahí no quedó todo, porque Fujimori me dijo:
―Señor, Llaja. Esto no queda así nomás. Así como tiene su premio, también tiene su castigo.
Y me sirvió una yarda de whisky y también de vino. Llegué ‘zampado’ al grupo aéreo número ocho. Recuerdo que casi me caigo de las escaleras del avión, pero Fujimori me sujetó del brazo: “Usted es un hombre con suerte, señor Llaja”.
Después de aquella anécdota, Alberto Fujimori siempre me pasaba la voz y me saludaba con respeto y cariño. Pero yo mantuve distancia, como todo periodista debe tenerlo con los políticos.
Jamás hubiera imaginado que ese chinito flacucho, de lentes gruesos y peinado engominado terminaría siendo uno de los políticos más polémicos de nuestra historia. Cosas de la vida.
Nos vemos el próximo martes, siempre en Trome.pe, salgo de comisión.
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