En el desaparecido Maquisapa de Petit Thouars, Amy -la ojiverde de voz ronquita- y este viejo camarógrafo, recordamos esa frase del escritor chileno Alberto Fuguet: “El periodismo, como la prostitución, se aprende en la calle”. Ambos podíamos dar fe de aquello.

Las escuelas forman a los periodistas con libros, pero la calle lo hace con la experiencia.

Era invierno de 2017 y con la reportera Diana Falcón estábamos de bromas en la unidad móvil. Volvíamos de una comisión en el y atravesábamos el Centro de Lima rumbo a Panamericana.

Eran los últimos días de Diana en el canal, pues había aceptado una oferta de otro medio de comunicación. Y yo, viejo obstinado, le decía que debería irse por la puerta grande, con una gran e impactante nota sin saber lo que estaba a punto de llegar.

Íbamos platicando felices de la vida, le contaba que una noche antes había tenido un sueño raro, agitado. Era un paisaje oscuro de tierra muerta, árboles secos y pájaros negros que volaban sobre mi cabeza. “Hay que tener cuidado, Dianita. Esa es una señal”, le advertí.

En mis largos años he ‘escueleado’ a muchas generaciones de periodistas. Siempre les digo: “El talento es importante, pero también la suerte y el instinto. Un periodista sin suerte ni instinto nunca triunfa”. Y vaya que Diana es una periodista con suerte e instinto.

BALACERA EN EL CORAZÓN DE LIMA

Cuando cruzamos el jirón de la Unión con Cusco, de pronto, vimos una estampida. La gente corría desesperadamente en todas las direcciones. Oí dos disparos. Estábamos a dos cuadras de Palacio de Gobierno. No lo pensé dos veces, salté del carro, alcé mi cámara y empecé a grabar. Le hice un gesto a mi reportera para que me siga. Ella vino.

Cuando un reportero se encuentra con estos escenarios, en vez de atemorizarse, la adrenalina se le desborda. En ese momento, no sabíamos si había más balas perdidas, pero avanzamos sin una pizca de temor.

Mientras la multitud corría entre gritos y llantos, Diana narraba lo que veía. En ningún momento noté que le tembló la voz. . Ante tanta agitación, nos detuvimos y llamamos de inmediato a los bomberos.

ANTES QUE PERIODISTA, HUMANOS

Estoy seguro de que, en sus clases de periodismo, a mi reportera nunca le enseñaron a cómo reaccionar ante un tiroteo o cuando se tiene al frente a una persona baleada. Ese día, yo, que ya había estado en las mismas circunstancias varias veces, con las canas encima y la piel curtida, le di un consejo: “Uno, antes que periodista, es humano”.

Mientras recorríamos el Jirón de la Unión, los heridos aparecían en cada esquina. Además de un muerto, conté cuatro personas que se desangraban en plena calle, a la espera de las ambulancias. Los negocios cerraron sus puertas, las mujeres sufrían crisis nerviosas y la policía se miraba desconcertada sin saber qué hacer.

Luego supimos que habían atracado al dueño de una casa de cambio. Los delincuentes se habían enfrentado a balazos con los guardaespaldas del empresario.

Claro que llegaron más medios. Pero nosotros logramos la exclusiva. Estuvimos en el momento preciso y la nota fue emitida en todos los noticieros del canal y tuvo altos niveles de sintonía.

Esa fue la última nota de Diana en Panamericana Televisión. Antes de marcharse, el director periodístico la felicitó. Yo la acompañé hasta la esquina, fumamos un cigarro y le dije: “La teoría importa, ¡y mucho!, pero importa más lo que la calle enseña”.

Nos vemos el otro martes, siempre por , salgo de comisión.

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