
La familia es nuestro primer hogar, pero también nuestro primer espejo. Es allí donde aprendemos a vernos, amarnos, vincularnos con el mundo y con nosotros mismos.
Desde la psicología clínica, entendemos que la manera en que fuimos mirados, escuchados y validados en la infancia influye directamente en nuestra autoestima, en la forma en que nos enfrentamos a los conflictos, en cómo pedimos amor y en qué tanto creemos merecerlo.

Si crecimos en un entorno seguro y afectivo, probablemente cultivamos confianza. Pero si hubo abandono, crítica constante o ausencia emocional, es posible que hoy, como adultos, sintamos miedo al rechazo, dificultad para poner límites o una necesidad profunda de aprobación.
La familia no determina nuestro destino, pero sí deja huellas. Reconocerlas nos permite sanar, construir nuevas formas de amar y dejar de repetir lo que alguna vez nos hirió. Porque comprender nuestra historia familiar es un acto de amor propio y de libertad.
MÁS INFORMACIÓN:
‘La depresión no es solo tristeza’, indica la psicóloga Juliana Sequera
¿Por qué la mayoría de los infieles culpan a la amante de su traición?
¿Cómo afecta la falta de sueño a la salud mental?