La población está en alerta. Muchas desapariciones son reportadas, varios cadáveres son encontrados en diversas partes de la ciudad, la Policía no hace algo para detener a los culpables... Todo parece indicar que un pishtaco, o varios, están haciendo de las suyas en Perú.
Esto es lo que podría indicar un medio amarillista o una persona con ganas de hacer estallar un conflicto social en Perú. Pero, ¿con qué fin revivir la leyenda de los traficantes de órganos o los pishtacos?
Pues, si bien ello no está del todo claro, lo que sí es evidente es que este tipo de informaciones caló en la mente de no pocas personas. Huaycán y Tingo María son fieles reflejos del desborde popular que este tipo de cosas puede provocar.
¿QUIÉN ES EL PISHTACO?
A estas alturas, muchos se estarían preguntando quiénes son los personajes que están ‘secuestrando’ a las personas para asesinarlas y quitarles los órganos o la grasa, como hacen los famosos pishtacos.
Según la leyenda urbana, un pishtaco es una suerte de bandolero que se dedica a asaltar a las personas. Mujeres y hombres son indistintos para él o ellos ya que solo los quiere con un objetivo: tomar la grasa y trozar su carne para convertirla en chicharrones y darse un festín.
El ingrediente particular del asunto es que el pishtaco no es un delincuente común: un hombre blanco y de contextura atlética. Este asesino opera, según la historia, bajo el amparo de las autoridades locales y la Policía.
Es más, algunas variantes indican que el pishtaco es un agente secreto de un país extranjero que hace operaciones de recopilación de información. Los crímenes, en este caso, son consecuencias de sus acciones.
Por las características, la leyenda de los pishtacos cuenta con ingredientes que exacerban la xenofobia en el pueblo que se dio luego de la Conquista Española. Además, esto se mantiene por el recelo que todavía existe en la sociedad peruana tras la derrota de la Guerra del Pacífico.
Pero como no todo es inmóvil. El mito del pishtaco evolucionó con el tiempo y la variante de la grasa cambió por los órganos de la víctima. Esto tiene razón en los avances médicos y en la resistencia de la sociedad a la donación de órganos.
De esta forma, los problemas presentados recientemente en Huaycán y Tingo María estarían amparados bajo el mismo mito, pero con la variante mencionada.
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