Oscar Medelius. (@gec)
Oscar Medelius. (@gec)

El excongresista fujimorista asesinado a balazos hace dos semanas, es un viejo conocido de este columnista y de mi amigo Enrique Flor, Kike, quien emigraría a Estados Unidos y se convertiría en el periodista estrella de El Nuevo Herald.

Lo conocimos a inicios del año 2000 cuando en la Unidad de Investigación de El Comercio investigamos la falsificación de más de un millón de firmas del partido del presidente Alberto Fujimori, quien postulaba por tercera vez a la reelección.

Fujimori y su asesor Vladimiro Montesinos montaron una fábrica de rúbricas truchas para lograr inscribir su nueva organización política llamada Perú 2000. Necesitaban 400 mil firmas, pero se aseguraron falsificando muchísimas más.

EL BÚNKER

El búnker era un enorme edificio de cinco pisos ubicado en el Callao, a unas cuadras de la notaría Medelius, de propiedad del entonces congresista Óscar Medelius. Él era el encargado de realizar, supervisar y brindar seguridad de esa gran operación fraudulenta. Allí trabajaban 450 empleados las 24 horas, copiando nombres y firmas de padrones electorales pasados de personas que supuestamente se adherían al partido de Fujimori.

Cuando el fraude terminó, un joven llamado Carlos Rodríguez Iglesias, quien había sido uno de los falsificadores, nos buscó y contó hasta el último detalle lo que había pasado allí. Todo lo que nos dijo lo confirmamos en tres semanas de frenética investigación estrictamente de campo y a pulso. Por aquel entonces no había autoridades que filtraran información, como ahora ocurre.

LA CONEXIÓN

Lo más difícil fue establecer la conexión entre Medelius y el búnker. Rodríguez nos dijo que tres sujetos que supervisaban la falsificación se comunicaban por radio con el local de la notaría. Sus apelativos eran ‘Jaque’, ‘Lobo’ y ‘Chino’. Logramos obtener los números de sus teléfonos, los identificamos plenamente y confirmamos que los aparatos estaban a nombre de la notaría Medelius. Luego los llamamos y grabamos una conversación en la que ‘Jaque’ admitía trabajar para Medelius.

En la víspera de la publicación, Medelius aceptó una entrevista, pero luego se desistió. La investigación, como se recordará, originó un escándalo político. Pasado un tiempo, varios de los implicados, entre ellos el propio exparlamentario, fueron sentenciados a prisión.

TOMEMOS UN WHISKY

Semanas después del destape periodístico, buscamos otra vez a Medelius, esta vez para preguntarle sobre la venta de un auto antiguo de colección de su propiedad, que estaba vendiendo a través de un testaferro.

Nos recibió en su notaría. No quiso hablar nada de la falsificación de firmas, pues “eso ya está en investigación fiscal”.

Cuando le preguntamos sobre su auto, lo negó todo. Entonces le sacamos una entrevista que, minutos antes, le habíamos hecho a su testaferro. Allí, luego de hacernos pasar como compradores, el hombre nos dijo que “el verdadero dueño es mi amigo el notario Medelius”.

Cuando apagamos la grabadora, sabiéndose descubierto, Medelius soltó una sonora carcajada y reía a mandíbula batiente. Un sinvergüenza total. “¡Puta mare, muchachos, ustedes sí la conocen!”, nos dijo y nos invitó a tomar un vaso de whisky que tenía en su despacho. “Nosotros no tomamos cuando trabajamos”, le dije. Obviamente era una mentira, pero no era prudente aceptar la invitación.

ENCUENTRO EN LA PUNTA

Hace tres años me lo volví a encontrar en un restaurante de La Punta. Pensé que no me iba a reconocer. Habían pasado ¡22 años! Cuando me reconoció, se paró y, como si fuera un antiguo amigo, me dio la mano y me abrazó efusivamente. “¡Viejo, cómo has estado!”, me dijo. Yo también lo saludé. Se acercó a mi oído y me susurró bajito: “¿Y ahora a quién vas a joder?”.

Ese día por la noche, cuando llegué a mi departamento, cogí mi teléfono. Llamé a mi amigo Kike Flor para contarle mi encuentro con Medelius. “Esta línea no existe”, me contestaron en inglés. Me había olvidado que Kike, a quien quise como a un hermano, ya no estaba con nosotros.

Óscar Medelius habrá tenido sus virtudes y ser respetado por sus allegados, pero la persona que conocí era fresca, sin escrúpulos. Nada justifica su muerte, pero el excongresista se movía en un mundo siniestro, en donde se camina al filo de la navaja y la vida no vale nada. Nos vemos el otro martes.

* Los artículos firmados y/o de opinión son de exclusiva responsabilidad de sus autores.

MÁS INFORMACIÓN:


Contenido sugerido

Contenido GEC