Paradojas de la vida. La otrora poderosa premier Betssy Chávez, hoy recluida en el penal de Santa Mónica, conoce desde hace muchos años la vida diaria de una cárcel: de joven universitaria, su tesis para graduarse de abogada trató sobre el sistema carcelario en el país.
Y su trabajo académico para obtener el grado de maestría fue derecho constitucional. Aunque sobre esto último no aprendió mucho o al revés. La fiscal suprema Sylvia Shack tiene evidencias de que ella tuvo una participación directa en el fallido golpe de Estado de Pedro Castillo, del 7 de diciembre pasado. Por eso pidió su prisión preventiva por 18 meses la semana pasada, lo que fue aceptado por una Sala Suprema.
Las pruebas presentadas son lapidarias y eran poco conocidas. Astuta como siempre lo ha sido, apenas se dio cuenta de que el golpe había fracasado, pues ninguna institución se plegó al mismo y los ministros que comandaba renunciaron en estampida, Chávez emprendió la fuga.
Pidió a sus agentes de seguridad que la llevaran a la embajada de México. Allá iba raudamente hasta que se enteró de que Pedro Castillo, quien también se dirigía al mismo local, había sido detenido. Con una sangre fría a prueba de balas, pidió a sus agentes que la llevaran al Congreso. Llegó oronda, como si nada hubiera pasado.
Desde su oficina congresal, ordenó que todos los documentos y equipos electrónicos que se encontraban en su despacho de la Presidencia del Consejo de Ministros (PCM) fueran recogidos y entregados a ella. Eso no es nada. Cuando la fiscalía le pidió su teléfono celular que tenía asignado cuando era ministra de Cultura, ¡entregó otro distinto!, lo que “frustró conocer el conjunto de llamadas y enlaces telefónicos”, dice la autoridad.
“Betssy siempre fue una mujer doble cara. La pegaba de modosita, pero era astuta y violenta. Se obnubiló con el poder. Soñaba con ser presidenta de la República”, me dice una amiga de su entorno.
En efecto, cuando fue elegida parlamentaria, se volvió caserita de los medios de comunicación. Tenía buen floro y se presentaba con sencillez.
Todos la entrevistaban. Recuerdo que a una conocida presentadora poco le faltó para decirle que la admiraba. Le dijo que era la única representante del castillismo con la que se podía conversar.
Pero de pronto, cuando fue nombrada ministra de Estado, la ‘suavecita’ Betssy, junto con su nuevo look estético, se volvió una energúmena defensora de Pedro Castillo, al más puro estilo de la senderista Elena Iparraguirre con su marido Abimael Guzmán.
Pechaba y agredía verbalmente a todo el mundo, incluso a periodistas. El día del golpe de Estado fallido tuvo un papel protagónico y coordinó personalmente ese mensaje, como lo demostró un video difundido hace unos meses.
Betssy Chávez sigue mostrando su sonrisa cachacienta, pero eso es síntoma de su derrota. Así acaban los enemigos de la democracia. Nos vemos el otro martes.
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