La familia de OIGA, la emblemática revista de actualidad política que marcó historia en el periodismo nacional, está de duelo: en la madrugada del viernes pasado nos dejó don Jesús Reyes Muñante (95). Reyes formó generaciones de periodistas, entre ellos a este columnista, cuando llegué a ese semanario allá por el lejano año 1986.
El director era el gran Francisco Igartua y Reyes era el subdirector, su brazo derecho. ‘Don Jesús’, como así lo llamábamos, era conocido como ‘El abominable hombre de las 9′, porque a esa hora llegaba a la redacción. Apenas se acomodaba en su escritorio con todos los periódicos que ya había leído, empezaba a llamarnos a todos los redactores, uno por uno.
Nos preguntaba cuáles eran las noticias más importantes del día. Incluso sobre las normas legales más saltantes que había publicado el diario oficial El Peruano. Eso significaba que nosotros teníamos que llegar a las siete de la mañana para leer los periódicos. Tenías que estar informado de todo. Hasta de los edictos matrimoniales y defunciones. No es broma, ‘Don Jesús’ era así. “Si estás bien informado, jamás te podrán engañar”, solía decir.
Iqueño de nacimiento y amante del buen pisco, Reyes era un hombre bajito de estatura. Tenía una inteligencia extraordinaria y un carácter que infundía miedo y respeto, a la vez. Su olfato por las primicias periodísticas era notable. Era un maestro extremadamente exigente. Con él aprendimos a escribir bien. Por aquel entonces no existían las computadoras. Redactábamos en máquinas de escribir que parecían mastodontes.
Cuando a Reyes no le gustaba lo que habías escrito, te rompía las hojas en tu cara, las lanzaba al tacho de basura y te soltaba una andanada de lisuras. Tenía un repertorio de temer. Pero luego, como hace un buen padre con su hijo, te enseñaba cómo debías perfilar el reportaje. “Ya ves, carajo, así se escribe”, te decía cuando volvías con la nueva nota. Era un perfeccionista. Otras veces te devolvía las hojas rellenas de borrones y con anotaciones que él hacía con su lapicero. Nadie se salvaba.
Su obsesión eran las fotografías. Si no había una buena foto que acompañara el reportaje, así se tratara de una primicia, no se publicaba.
Él mismo bajaba al laboratorio fotográfico y con Luis Michilot empezaban a revelar los rollos. “Fotos, fotos, fotos, ¿hay fotos o no hay fotos?”, solía gritar cuando le terminabas de contar lo que habías descubierto.
Lo que muchos periodistas somos se lo debemos a Paco Igartua y a Jesús Reyes. Recuerdo como si fuera ayer el día que me despedí de ‘Don Jesús’. Sucedió en 1991 cuando dejé la revista para enrolarme a la Unidad de Investigación del diario El Comercio. “Sabes, Ramírez, me jode formar a los periodistas para que luego se vayan. Pero, como dice el refrán, por mi mejoría mi casa dejaría. Estoy seguro de que te irá bien”, me dijo. Adiós, ‘Don Jesús’. Nos vemos el otro martes.
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