Por: Juan Mauricio Muñoz (@jmmm1414)
Mayte Mujica es autora de ‘Una ciudad para perderse’ (Animal de Invierno, 2018), dos historias que se unen: un homenaje a su abuelo, un aprista que vivió exiliado en Francia durante la Segunda Guerra Mundial; y una exploración psicológica de un matrimonio, que tiene sus propios 'muertos'.
¿Cómo fue el proceso de escribir ‘Una ciudad para perderse’?
Fue parte de una curiosidad familiar cuando fui a Francia de vacaciones en 2015. Pedí a un familiar que me diera la dirección donde mi abuelo vivió en París, y conoció a mi abuela. Esa fue la semilla para iniciar el libro: ver esa casa que ahora era una galería de arte. El exterior del lugar seguía igual como en las fotos de antaño. Fue singular estar allí, en la casa donde mis abuelos se conocieron desde que empezó la Segunda Guerra Mundial. Lamentablemente, no pude entrar porque estaba cerrada, así que comencé con un par de dudas: en qué habitación habrán dormido y cuándo se conocieron.
¿Meses después iniciaste el proceso de escribir?
Claro. Empecé con la imagen que te relato. Pese a que no es el inicio de la novela, fue el primer párrafo que escribí de una ‘Una ciudad para perderse’, sin saber que, posteriormente, se convertiría en una novela. Lo escribí porque fue un evento importante para mí.
¿Cómo fue el proceso de pasar de editora a escritora?
Soy muy fastidiosa para corregir. Es una historia que fui revisando durante décadas porque me la contaron desde niña. Por ejemplo, el trabajo de edición siempre trata sobre el otro, sobre alguien que no eres tú y sobre un libro que no es tuyo, tratar que la historia del escritor brille por su cuenta, y al mismo tiempo tienes que ser muy obsesivo y racional. En contraste, el trabajo de la escritura te libera un poco de eso. Habría sido horrible que me enfrente a un texto de mi libro con los mismos ojos que me enfrento cuando edito. Fue una respuesta a una necesidad, una urgencia.
¿Buscabas respuestas sobre la vida de tu abuelo?
Durante la época escolar y los primeros años de universidad conversaba con mi abuelo y con Armando Villanueva del Campo, quien era muy inteligente y brillante. Tenía mucha curiosidad histórica y política, y me gustaba que me contaran sus experiencias, aventuras, me enseñaban fotos. Sin embargo, esa historia privada del exilio, los años que mi abuelo estuvo en Francia eran una incógnita. Mi papá era muy pequeño cuando sucedió y no recuerda mucho. Cuando llegaron al Perú, mi abuelo tenía miedo cuando escuchaba ruidos fuertes porque pensaba que eran bombas. La literatura y la ficción me sirvieron como un puente donde he podido resolver todo lo que me habría gustado saber y no le pregunté a mi abuelo. Después de ese viaje a Francia, pregunté a mi padre si me podía prestar la correspondencia de mi abuelo, así como sus diarios.
¿Escribiste algunas cartas de ‘Una ciudad para perderse’?
Algunas, otras están intactas y unas cuantas las edité. Son cartas y fragmentos de diario. Mi abuelo escribía todo. También estaba su correspondencia política, pero no la incluí. Se ha quedado mucho fuera del libro: solo de la época del 39’ al 42’ hay cerca de doce cuadernos de su diario personal. Me quedé con una porción minúscula de su vida.
Luego en ‘Una ciudad para perderse’ está el otro lado: la pareja, que es una guerra más psicológica.
Es una guerra interior. En ambos casos, los ‘oponentes’ son los nazis y un fantasma, respectivamente. Son puntos de referencia para partir desde un punto. Lo narré en primera persona porque sentía que era la voz que me pedía la historia para ser contada. Son muy familiares y comunes. Necesitaba un contrapunto para la historia del abuelo. Cuando empecé a leer los diarios buscaba información de la historia de mi abuela porque la de mi abuelo sentía que la escuché mucho. Ya leyendo los diarios me di cuenta que no sabía nada porque no conocía los detalles. Fue muy emocionante y conmovedor encontrarme con mi abuelo en la palabra. Supongo que registró todo en sus diarios sin pensar que alguien los publicaría. Debe haber sido en esa soledad, desesperación y miedo a la guerra, que llevar un diario debió ser liberador.
¿Qué encontraste sobre tu abuela?
Muy poco. Cuando indagué sobre mi abuelo, me di cuenta que había una historia de una dimensión más humana que desconocía. En la familia teníamos una idea histórica, pero sus tribulaciones y temores estaban en los diarios personales, que, a veces, prefieren no contarla.
“Todos los apristas son ladrones”, es una frase de ‘Una ciudad para perderse’ que se repite bastante, sobre todo, en estos tiempos.
El APRA tuvo detractores políticos. Ocurrían en un plano ideológico, pero no estaba en cuestión su honestidad. Algunos miembros del APRA han maltratado con su indiferencia a las generaciones mayores.
¿Qué sientes por el APRA?
Nunca tuve un sentimiento de cercanía, ni filiación política, pero, evidentemente, admiré mucho a mi abuelo y a sus amigos como Villanueva del Campo y Haya de la Torre. Ahora no guardan ninguna cercanía de lo que alguna vez fue el APRA. Es decepcionante porque pudo haber sido un partido político, una opción viable, pero hoy en día es la cueva de Alí Babá.