José Saramago tomó conciencia de su nombre completo cuando se inscribió en la escuela primaria, a los siete años, y se dio cuenta de que tenía un apellido de más. Sus padres se llamaban José de Sousa y María da Piedade, pero, entonces, ¿cómo llegó a apellidarse Saramago? José Saramago no sería el mismo si no fuera por el ingenio o la confusión del registrador que incorporó el sobrenombre de ‘Saramago’ (que significa hierba silvestre comestible) porque ese era el nombre con el que se conocía a su clan familiar.
Esa noche de su llegada al Perú, hace 22 años, Saramago contaba con 78 años edad. Nació el 22 de noviembre de 1922 (este año se celebró el centenario de su nacimiento), y había crecido en el seno de una familia de campesinos, en Azinhaga, una pequeña villa en la ribera del río Almonda, al norte de Lisboa, Portugal.
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Saramago publicó sus primeros libros (todo de poemas) a fines de la década de 1940; no obstante, vivió un prolongado y terco silencio que se rompió solo en 1966; ese año publicó el poemario “Possible Poems”. Pero, tiempo después dejó la poesía y se concentró en la narrativa, en la novela, un género al que supo añadir muchos toques líricos y reflexivos.
SARAMAGO: LA LLEGADA DEL NOBEL A LIMA
A las 8 y 45 de la noche, de ese viernes 15 de diciembre de 2000, Saramago vio las primeras luces del aeropuerto internacional Jorge Chávez. El autor de “El evangelio según Jesucristo” (1991) celebraba el segundo año de su premio Nobel; y estaba entonces anonadado por tanta cortesía y cariño de su público lector.
Saramago había estado en Montevideo y luego en Buenos Aires, donde presentó su reciente novela ‘La caverna’ (2000). Le tocaba venir al Perú, a Lima, donde lo recibimos como lo que era: una autoridad literaria y humanística.
El sábado 16 y domingo 17 de diciembre fueron días libres para el escritor, y los aprovechó para visitar el Cusco, una de las ciudades del mundo que añoraba conocer. El lunes 18, al mediodía, dio una animada conferencia de prensa en el Centro Cultural de la PUCP. Y esa misma noche, a las 7 y 30 pm., el público limeño invitado pudo escuchar sus palabras en la presentación de ‘La caverna’, en el ZUM de la Universidad de Lima.
El libro fue editado por Alfaguara, y traducido por la esposa del escritor luso, la periodista española Pilar del Río, con quien se había casó en 1988. Acompañaron al Nobel de Literatura 1998, el escritor peruano Alonso Cueto y el filósofo Miguel Giusti.
Con ‘La caverna’, el escritor portugués completó una trilogía que se inició con ‘Ensayo sobre la ceguera’ (1995) y siguió con ‘Todos los nombres’ (1997). El fondo del asunto era, como no cabía otra, su visión crítica sobre la paulatina deshumanización de la sociedad del fin del milenio.
Esa vez, Saramago se explayó sobre el valor de las palabras. Tras criticar la pobreza del lenguaje en los jóvenes, el escritor insistió en que “se habla cada vez con menos términos, estamos olvidando las palabras”. Ese aparente pesimismo suyo se prolongó hacia la convivencia y el progreso humano.
“Este mundo de engaños sistemáticos no me da muchos motivos para pensar bien, vivimos en la caverna. Todo queda bajo sospecha porque no existe una única verdad”, dijo el admirable Saramago esa noche mágica del ZUM, en la Universidad de Lima, pocos días antes de la Navidad 2000.
Sus últimas palabras de esa noche, aún retumban en quienes estuvimos entre el público: “La libertad no está condicionada a la edad, se conquista y se lleva dentro”, dijo. “Cuanto más viejo más libre, cuanto más libre más radical”. Y remató: “Me moriré contento de haber sido fulano de tal”.
Así pasó por la capital peruana José Saramago, hace 22 años exactamente, entre aplausos, elogios y críticas. Y es que él nunca pasó desapercibido, y menos cuando estaba decidido a hablar de la vida de los seres humanos de su tiempo. Saramago falleció en junio del 2010.