La llamada ‘Toma de Lima’, convocada la semana pasada por los violentistas que asolan al país, me ha hecho recordar los sangrientos ‘paros armados’ que llamaba Sendero Luminoso allá por los aciagos años ochenta y noventa, que muchos ya han olvidado.
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Los actos luctuosos ocurridos el jueves y viernes, en la capital y en otras partes del país, son una copia de las acciones que acometía el grupo terrorista cuando hacía ese tipo de similares convocatorias.
El atentado con explosivos y el incendio de siete comisarías en el sur del país (en una de ellas los policías tuvieron que ser rescatados en un helicóptero para no morir calcinados), los ataques a las sedes públicas, el bloqueo de 150 carreteras, los fallidos asaltos a los aeropuertos de Juliaca, Arequipa y Cusco, y el incendio del edificio Marcionelli en el mismísimo centro de Lima, no son protestas, como las llaman algunos coleguitas y politiqueros de izquierda que apoyaron al golpista Pedro Castillo. ¡Son actos terroristas!
En cada ‘paro armado’, Sendero paralizaba casi todo el país. Tomaba la Carretera Central, torres de alta tensión, hidroeléctricas, universidades (San Marcos era su bastión) y asentamientos humanos. En julio de 1989, durante una de esas paralizaciones de 24 horas, los terroristas realizaron 24 atentados con muertos, demostrando tener capacidad logística y financiera.
María Elena Moyano
La secta senderista aprovecha esos paros para cometer crímenes selectivos. En uno de ellos, ocurrido en febrero de 1992, asesinó a María Elena Moyano, una joven lideresa de 33 años que era teniente alcaldesa de Villa El Salvador. Moyano se enfrentó a ellos y convocó a una Marcha por la Paz, que fue apoyada por cientos de los pobladores de esa pujante localidad, quienes salieron a las calles junto con ella.
“Pese a sus amenazas, el paro ha fracasado. La población ha ido a trabajar”, dijo Moyano luego de esa jornada gloriosa. Aquellas fueron sus últimas palabras. Al día siguiente, un comando de aniquilamiento de quince senderistas la asesinó de manera brutal delante de sus dos menores hijos.
Una vez que le dispararon se fueron, pero luego regresaron. Arrastraron su cuerpo sin vida a la calle y lo hicieron explotar con dos kilos de dinamita. Cinco días después, también dinamitaron su tumba. Su familia tuvo que abandonar el país y asilarse en un país extranjero. Eso lo recuerdo como si fuera ayer.
Tal como está ocurriendo ahora, a los terroristas nunca les interesó una salida democrática de los gobiernos de turno, menos tenían soluciones o planes a favor de la población. Pretendían infundir miedo y preparaban el terreno para una gran asonada insurreccional y tomar el poder.
La ‘Toma de Lima’ también ha pretendido hacer eso: infundir temor en la propia presidenta Dina Boluarte, quien por momentos se muestra dubitativa, pero el jueves dio un discurso firme en defensa de la democracia y la labor sacrificada de nuestra Policía. Nos vemos el otro martes.
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