Por: Miguel Ramírez
Hace unas semanas fue asesinado en Estados Unidos el músico afroaestadounidense George Floyd, por un policía blanco. El crimen, como se sabe, ha causado indignación en ese país y el mundo entero. Miles de estadounidenses han salido a protestar a las calles en plena pandemia del coronavirus.
Lo ocurrido me hace recordar un suceso racial que Ben Bradlee, el legendario exdirector del Washington Post, cuenta en su libro ‘La vida de un periodista’.
Narra que en junio de 1949, cuando aún era un joven redactor, fue enviado a cubrir una revuelta racial en una piscina pública de Anacostia, que era exclusiva de blancos. Un grupo de jóvenes blancos, que impulsaba la igualdad, llevó a amigos de color a bañarse en ese lugar.
Cuando Bradlee llegó encontró una batalla campal entre blancos y negros, que duró seis horas. Apenas pudo envió sus despachos de la trifulca de 450 personas.
El redactor y su fotógrafo estaban seguros de que la noticia saldría en la portada de su periódico, pero cuando lo vieron no encontraron nada. La nota estaba perdida en una de las páginas interiores. Los acontecimientos, incluso, solo se describían como “incidentes”.
Bladlee y su gráfico empezaron a protestar en voz alta. “Estábamos furiosos e hicimos que todo el mundo se enterara”, cuenta.
De repente, el periodista sintió una palmadita en la espalda. Cuando volteó, casi se cae de espaldas. Era Phil Graham, el editor general del diario, vestido de frac. “De acuerdo, muchacho, ven arriba conmigo”, le dijo.
Cuando ingresó a su despacho, no podía creer lo que veían sus ojos. Estaban el secretario (ministro) del Interior y el responsable de las piscinas de la ciudad, su secretario y un representante de la Casa Blanca, nada menos que el consejero especial del presidente Harry Truman.
Graham le pidió que describiera todo lo que había visto. Bradlee no se guardó ni un solo detalle. Le dieron las gracias y se fue.
Al día siguiente, en una parte de la primera página del diario se publicó que la piscina de Anacostia se cerraría hasta nuevo aviso, incluía los nombres de los heridos, los arrestados, el número de policías y los que habían participado en la revuelta. Pero Bradlee seguía molesto porque lo ocurrido era calificado solo como un “disturbio”.
Tiempo después, el reportero se enteró que el editor había hecho un verdadero acuerdo, pero para bien, con aquellos ‘peces gordos’: debían cerrar la piscina y prometer que, el año siguiente, todas las piscinas serían integradas, para blancos y negros. Si no lo hacían, el artículo completo de Bradlee iría abriendo la primera página del periódico.
Lo que cuenta el periodista y lo ocurrido con George Floyd es una prueba de que el racismo, pese a las cientos de años transcurridos, es una lacra que aún perdura en el mundo entero. Nos vemos el otro martes.