
Conversar, negociar, acordar, pactar, todo suena muy bonito, pero a veces no basta para controlar a nuestros cada vez más inquietos hijos. En esas circunstancias, muchos padres apelan a los castigos para imponer disciplina, pero ¿cuáles pueden ser los más adecuados?
Un palmazo, entendido como una reacción ocasional, no devasta psicológicamente a nadie, pero tampoco tiene mucho valor educativo, por lo que termina siendo solo un arranque de desesperación de los padres que no saben cómo actuar.

Entre los tres y seis años el niño ya tiene un espacio de conciencia, por ello se recomienda, ante un mal comportamiento (hizo algo peligroso, pese a las advertencias, golpeó a su hermanito, etc.), alejar al menor de la zona del conflicto.
Es decir, darle un tiempo fuera para que las emociones se enfríen y pueda reflexionar. Esta técnica funciona porque, cuando el niño se porta mal, mamá o papá no le dan su atención y otras cosas que le gustan.
Antes de aplicar el tiempo fuera, se le debe decir el porqué y buscar un lugar de la casa, como su cuarto y con la puerta abierta, para dejarlo allí incomunicado.
El lapso debe ser breve; expertos aconsejan un minuto por año de edad. Pasado ese tiempo deben reincorporar al pequeño a la actividad familiar y terminar con un abrazo.
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