¡Hola! Los mejores recuerdos de mi infancia, sin duda, van acompañados de un contexto histórico en que pude disfrutar de muchas cosas, que en la inocencia infantil son fundamentales. Recuerdo, por ejemplo, que todos los días a eso de las tres de la tarde, se podía escuchar a lo lejos cómo iba acercándose, poco a poco, una musiquita muy característica, de una marca de helados muy reconocida en Venezuela, esa Venezuela que hoy solo queda en mis recuerdos más preciados.
Recuerdo que todos los niños de la cuadra salíamos a recibir al moto-carro, y nos colgábamos en la parte de atrás para que nos paseara unos cuantos metros hasta detenerse. El chofer de la moto, que era un heladero medio gordito de espesa barba oscura y siempre cargaba unos lentes tipo piloto, nos recibía abriendo la compuerta de lo que parecía ser un cofre lleno de tesoros congelados sabor a chocolate, fresa, vainilla, uva, naranja con crema, galleta con vainilla. Todos nos empujábamos para asomar nuestras pequeñas cabecitas y elegir el que nos provocase, o el que nos alcanzase.
Sin duda, era emocionante para todos nosotros que no pasábamos los doce años, esperar la hora mágica en que llegaba el heladero. Supongo que, para los padres, esa musiquita era el anuncio a tener que sacar unas pocas monedas del bolsillo. Casi era una especie de ritual sagrado.
Para el país caribeño y sus habitantes, era una época prospera económicamente para todo el que se propusiera “echar pa’ lante”. Yo no crecí en un entorno familiar en el que se despilfarrara el dinero, de hecho, se hacía mucho esfuerzo para conseguirlo y hacerlo rendir. Pero no puedo negar que tuve una excelente calidad de vida.
Además, era una buena época para la niñez, en donde las redes sociales más efectivas eran los papelitos doblados en el salón, con mensajitos que hablaban sobre el cabello de alguna de las niñas menos populares, o si todos querían la mochila que la más popular había traído de sus vacaciones en Orlando. Todo era así de idílico, hasta que llegó el socialismo del siglo XXI.
Una de las grandes deudas impagables del socialismo nefasto del siglo XXI, es haberle robado la oportunidad, el derecho innato a toda una generación, de experimentar una infancia tan sublime o mejor de la que yo pude tener.
Les negó la oportunidad a los adolescentes, de disfrutar de esas cosas banales como la visita al país del artista de moda, o de poder salir libremente a otras latitudes, nada más para pasar unas vacaciones y regresar al aula de clases, a contarles a todos lo increíble que fue visitar a los primos en otra ciudad, u otro país.
Este socialismo, que premió con bonos del Estado a las adolescentes con hijos (o prematuramente embarazadas) como si ser irresponsable fuese el mayor logro al que podrían aspirar. Así, muchas jóvenes preferían traer al mundo hijos como si fuese un encargo, y no buscaban independizarse a través de la profesionalización.
A este socialismo del siglo XXI le conviene más promover la mediocridad e ignorancia que el progreso y el desarrollo.
Como todas esas corrientes ideológicas de izquierda, que se hacen llamar víctimas del sistema opresor capitalista, les lavaron el cerebro a toda una generación que se acostumbró a recibir “regalos” del Estado, y a comerse el cuento de que un buen y eficiente gobierno es el que le “regala” al pueblo. Así, se olvidaron de promover la idea de que el desarrollo conlleva a trabajar duro y a estudiar o especializarse. Como bien sabemos, el peor enemigo de los gobiernos que promueven esas corrientes ideológicas es el conocimiento.
De modo que esos adolescentes crecieron y ahora son adultos mal acostumbrados a recibir todo sin trabajar por ello, o como diría mi mamá “sin quemarse las pestañas estudiando y trabajando”. Lo que esa generación creyó ingenuamente, es que el Estado socialista del siglo XXI, no podría evitar el escenario miserable que nos esperaba a todos los venezolanos, por ir desangrando durante más de dos décadas a un país millonario.
Ahora, esa generación que se acostumbró a los bonos absurdos que entregaba el gobierno chavista-madurista, se ve tan afectado por la crisis económica que hay en territorio venezolano, que decide aventurarse a migrar como los más de cuatro millones de venezolanos.
La diferencia de la mayoría de venezolanos que salen con al menos un estudio técnico superior, o que son profesionales universitarios, es que este pequeño grupo de compatriotas están acostumbrados a que todo sea regalado o consiguen las cosas con el mínimo esfuerzo posible. Claro, por no hablar de los desadaptados acostumbrados a robarle hasta a su propia familia, y ni hablar de quienes prefieren deambular por las calles de Lima o de cualquier provincia, dando lástima y achacándole su desgracia al país que lo recibe.
Pero el escenario más lamentable que me toca ver todos los días, mientras voy camino a mi trabajo, es ver a criaturas de meses o si acaso de unos cinco, seis u ocho añitos caminar junto a adultos de buen semblante y totalmente aptos para trabajar en lo que sea.
Esos niños que deberían estar en sus casas viendo comiquitas (dibujos animados), o jugando a la doctora o al maestro, pasan sus días caminando junto a personas que en muchos de los casos no son ni el papá ni la mamá que dicen ser. La única finalidad que tienen ellos es generar lastima en los transeúntes y lograr sacarles un par de monedas.
Robarles a esas criaturas una etapa tan hermosa como lo es la niñez, haberles negado la posibilidad de una mejor vida con más sentido, con más colores y plastilina, eso no tiene perdón de Dios. Ningún gobierno capaz de hacerse de la vista gorda, y voltear la cara ante tanta explotación infantil que ha generado su fallido modelo político, es sencillamente repugnante.
La miseria, que ha esparcido en el mundo el llamado “socialismo del siglo XXI”, es incalculable porque no se trata solo de más de 4 millones de migrantes venezolanos en el mundo, sino de las repercusiones que ha generado esta triste realidad y que trascienden una cifra.
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