En estos días tensos debido a la política y la pandemia, Eduardo Tokeshi pinta y escribe la tesis de su maestría acerca de sus raíces okinawenses. En el año del Bicentenario nos acercamos a uno de los artistas peruanos contemporáneos más reconocidos para conversar sobre la literatura, la política peruana y sus raíces japonesas.
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¿Cómo recibes el Bicentenario?
Tenemos que aceptar a nuestra nación como es. Haber nacido en el seno de una familia okinawense con costumbres japonesas y enfrentar el afuera siempre ha sido una constante fricción. Eso hace que uno sienta la patria o nación de una manera amorfa. Cuando comencé a trabajar en arte me inicié en el tema de las banderas para reafirmar una realidad que me parecía ficticia. Usualmente cuando eres más chico y te peleas, alguien te dice: mejor regrésate a tu país, pero, ¿cuál país?, ¿dónde existe ese país que tenga que acogerme por mi apariencia japonesa? No existe. En Japón voy a ser un sudamericano más que no habla bien el japonés. Esa búsqueda constante de pertenencia me hace pensar que estoy muy seguro de mi peruanidad. Así como también estoy seguro de sus ritos. Pero pongo en duda si hay algo que celebrar, ¿qué celebramos en este Bicentenario?: ¿la división del país?
Como escribes en uno de tus poemas: “En mi país perder la paciencia es una virtud”
Exactamente. Creo que una de las maneras que prueba muchas veces tu sentimiento de pertenencia es la ira y la indignación. Si aparece un gran desfalco en un país europeo no me indigna, pero si sucede en Perú, sí. Cuando hablamos sobre el ser peruano existe esta sensación de no saber cuánto dura ese sentimiento. ¿Durará tres minutos o el cuarto de hora que se demora en comer un ceviche; las dos horas que se demora en visitar Machu Picchu como un turista; los 90 minutos de un partido de la selección peruana?
Estas preguntas y pensamientos que me estás relatando también los has colgado en tus redes sociales: “Buscarte es encontrarte en mi pensamiento”.
Son haikus sobre el amor y la pertenencia que nos hace preguntarnos cuánto dura cada cosa para ser peruano. Es tan relativo y difícil en este escenario del Bicentenario porque encuentras a familiares y amigos muy desunidos.
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Ha estado todo tan polarizado en el año del Bicentenario.
Muy polarizado. Gente que no pensaba como tú son esas grandes sorpresas que te pegan. ¿Qué celebramos? Cuando José de San Martín proclamó la independencia, la mayoría que estaba con él eran criollos. Iban a fundar una nación que estaba llena de esclavos e injusticias.
Esta polarización la describes en tus pinturas o ejercicios caligráficos donde aparecen estas sombras de distintas formas llevándose o abrazando al Perú.
Es la idea de la división del país. Es la idea central, que a mí siempre me ha pasado en las elecciones: veo el mapa del Perú como Lima, un lugar centralista. Lima es un ‘país’ extraño, no el Perú sino Lima.
Los limeños vivimos en otra dimensión.
Esta dimensión que está puesta no solo a nivel de distancia, idioma o ideología, sino de sensibilidades, también. Se sigue probando eso desde la época de Sendero Luminoso o Uchuraccay. O desde la dicotomía del atentado en la calle Tarata y las comunidades que fueron masacradas, pero solo se habla de Lima porque sucedió en Lima. Por eso digo que vivimos en una sociedad muy polarizada y en la época de elecciones fue mucho más polarizada. Es un país tan dividido.
No hay un sentido de pertenencia.
Creo que la idea de nación va a nacer con dos elementos: la idea de pertenencia y la pertinencia del otro. Cuando te importe el otro y cuando al otro le importes y, a la vez, tengan esta sensación de pertenecer a un solo punto. No a una comunidad cerrada. Eso se nota en los grupos de Whatsapp hasta en la misma política donde cada uno se aferra a una realidad.
Cada uno cree en su verdad.
En ese sentido, yo comienzo a hablar de todo, pero siento que, por un lado, hay una sensación de cambio de algo, pero hasta ahora sigo teniendo muchas dudas, pero por el otro lado tengo pruebas. Hay mucha gente que te llama desde tibio hasta fascista.
Tu tesis de maestría es acerca de la migración japonesa al Perú.
La tesis son los recuerdos de mi infancia hasta estos choques culturales que vienen por una cuestión de apariencia japonesa con pedazos de la historia familiar que pasan por los años 40. Está dividida en dos partes: la primera son poemas y la segunda son palabras en japonés, que construyen eso ficcional que es la infancia. Va acompañada por un glosario que hasta ahora sigue estando vigente. Los objetos o las personas a las que me refiero con estas palabras no tienen otro significado que en japonés. Para mí, es muy difícil decir abuelo o abuela en castellano porque no está dentro de mi formación. No sé hablar el japonés a la perfección, pero me di cuenta que había un montón de palabras que las podía señalar en ese idioma. Esa sensación la tenía escondida que pudo salir por medio de estos pequeños relatos, que son parte de la tesis de la maestría. Por ejemplo, mi padre detestaba las películas de John Wayne porque siempre ganaba la guerra los estadounidenses.
Tu padre estuvo durante la Segunda Guerra Mundial en Japón.
Sí, él había vivido durante esa época allí. Cuando llega al Perú ve muchos cambios. Ve que en un partido de vóley entre Perú vs Japón, sus hijos están con el seleccionado nacional, pero él quiere que gane Japón hasta que, en un giro del destino, el entrenador de esa selección peruana es un japonés llamado Akira Kato. Hay muchos dilemas. Como siempre dice mi padre, a sus 97 años: cuando se muera quiere ser enterrado una parte en Paracas y la otra en Okinawa.
¿Tu madre también estuvo durante la Segunda Guerra Mundial en Japón?
Sí, pero con mi padre se conocieron cuando regresaron a Perú. Ellos nacieron aquí, pero se fueron allá. Antes, para los japoneses el Perú era un país de tránsito. Creían que iban a volver a Japón algún día, pero esa idea se convirtió en una idea para vivir. Mis padres viven esta Segunda Guerra Mundial con bombas incendiarias y bombardeos continuos; vivieron esa etapa de transición entre una isla invadida y, de algún modo, se iban a formar en otro país. Salieron de un país destrozado totalmente, vivieron aquí y se volvieron a ir cuando, paradójicamente, sale elegido como presidente Alberto Fujimori, un presidente con raíces japonesas.
¿Crees que hemos llegado a entender a la migración japonesa? Te digo esto porque cuando le pregunté a Augusto Higa sobre la literatura nissei me respondió: “Digamos que la narrativa en la cual invoco a los descendientes de japoneses de la puerta de mi casa hacia el interior es una literatura de una minoría racial, que también es vista con sentido universal y popular y que refleja una parte de nuestra complicada sociedad”.
Así es. Muchas veces me preguntan si existe una pintura nikkei. Yo tengo muchas dudas sobre eso. En realidad lo que más queremos es pertenecer y no encajonarnos en una experiencia colectiva mínima y cerrada. Así como muchos tratan de apropiarse del poeta nikkei José Watanabe, yo siento que se ha vuelto más universal que pertenecer a una circunstancia. Todos somos circunstancia. No pertenecemos a ninguna comunidad. Lo que dice Higa es cierto porque él también ha estado en Japón. Eso te marca totalmente.
Acabas de ser parte del proyecto “Una semana contigo”, que refleja el significado que tiene el café en nuestras vidas.
Este año me han salido muchos proyectos. En la colección me pidieron que haga textos, pero les ofrecí textos con dibujos alusivos. Es un poco la relación compulsiva de ciertos creadores con el café, pues no solo es un rito sino es una salvación para los que trabajamos de noche. Yo soy un consumidor de café. Era crear mi relación diaria. Son nueve estampas.
MÁS DATOS
Egresado de la Facultad de Arte de la Pontificia Universidad Católica del Perú en 1992. Ha representado al Perú en importantes eventos artísticos como la Bienal de La Habana y la de Sao Paulo. Sus piezas se han exhibido en galerías y museos de Tokio, Panamá, Washington y Lima, y forman parte de colecciones públicas y privadas. Además de ejercer la docencia, ha ilustrado libros como ‘Lavandería de fantasma’s de José Watanabe o ‘Goig’ de Alfredo Bryce Echenique y Ana María Dueñas.
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